Rubiales y las dos Españas
El presidente de a RFEF rechazó dimitir después de la polémica que estalló en Espanha trás este haber besado, de forma no consentida, a Jenni Hermoso Es el reflejo de las dos Españas.
Como todos los países del sur de Europa, España es un Estado profundamente machista. Esta cultura está arraigada desde hace siglos y sigue muy viva en todos los sectores de la sociedad. El fútbol no es ajeno a ello.
El fútbol femenino ha crecido mucho en los últimos cinco años, los estadios empiezan a llenarse -el Camp Nou ostenta el récord mundial de asistencia - y la calidad de jugadoras y equipos aumenta hasta el punto de que la actual ganadora del Balón de Oro -Alexia Putellas- y el actual campeón de Europa de clubes -el FC Barcelona- proceden del fútbol español, tras décadas de dominio de las naciones del norte de Europa. Ese carácter competitivo se trasladó el mes pasado al Mundial, un torneo para el que España sólo se clasificó por primera vez hace dos ediciones, pero del que salió merecidamente victoriosa tras una serie de exhibiciones para la posteridad que culminaron con su triunfo ante la favorita Inglaterra.
Todo lo que ha sucedido en Australia y Nueva Zelanda ha sido un éxito absoluto para la evolución del fútbol femenino, ya sea por la calidad del juego, la intensidad y el interés de cada partido, el apoyo del público -en las gradas y en las retransmisiones televisivas- y también por el espacio que las grandes marcas y plataformas empiezan a dar a las jugadoras, una visibilidad muy necesaria para reducir la brecha con el fútbol masculino, que lleva más de cien años de ventaja en este campo.
Todo podría haber sido perfecto si no hubiera sido por el triste ejemplo de un hombre que es reflejo de un tiempo que no es pasado, sino presente. Y está presente en muchos espacios, en muchas realidades, y no se privó de demostrarlo en múltiples ocasiones. Luis Rubiales actuó en Australia como hace todos los días. No tuvo un comportamiento diferente ni particularmente alterado. Fue él mismo, capaz de agarrarse los testículos en el escenario presidencial junto a la Reina y la Princesa - siguiendo una tradición muy española que siempre gusta de ensalzar la testosterona masculina en expresiones como "con dos cojones" o "por mis huevos"- o de coger a una jugadora en brazos, paseándola como si fuera el protagonista del secuestro de Sabinas. Entre medias, también repartió besos no solicitados entre algunas de los jugadoras que se hacían fotos o videollamadas con sus familias, mientras el seleccionador, al que apoyó hasta el final, Jorge Vilda - el mismo cuyas jugadoras habían intentado forzar su destituicion por una serie de tratos vejatorios en los últimos años, sin éxito - celebraba con él y como él, como deja claro el vídeo en el que toca el pecho de una de sus asistenes técnicas.
Por supuesto, el punto álgido y epicentro de toda la explosión mediática fue el beso no consentido y violento en la boca - ahí, con las manos detrás de la cabeza para evitar cualquier posibilidad de sufrir una cobra - que el presidente de la RFEF le plantó a Jenni Hermoso, una de las figuras del combinado nacional. Minutos después, cuando la mecha empezaba a encenderse, el directivo aún intentó bromear con la situación - "casémonos y vayámonos de vacaciones a Ibiza"- antes de menospreciar a todos los que señalaban con el dedo un acto que, según él, era inocente. Pero Luis Rubiales no tiene nada de inocente. Nunca lo ha tenido.
Jugador mediocre, Rubiales saltó a la fama cuando asumió la presidencia de la Asociación de Futbolistas Españoles en el preciso momento en que España lo ganaba todo y sus jugadores acumulaban un poder que nunca antes habían tenido. Rubiales cabalgó bien esa ola y cuando Ángel María Villar, el histórico presidente de la RFEF, cayó tras múltiples investigaciones por corrupción en la FIFA y la UEFA, donde también ocupaba cargos, él intervino para cubrir una vacante candente.
Su pasado no era alentador y las acusaciones de tratos vejatórios a compañeras del sindicato de jugadores, silenciadas desde entonces, podrían haber sido un anticipo de lo que estaba por venir. Durante sus cinco años en el cargo, el presidente de la RFEF negoció con Gerard Piqué y Sergio Ramos el novedoso y desastroso formato de la Supercopa, vendida a Arabia Saudí con la letra pequeña de que Barcelona y Real Madrid debían estar presentes para poder cobrar lo suyo. Mantuvo un permanente tira y afloja con Javier Tebas, otro conocido directivo vinculado a partidos franquistas y que preside la Liga de Clubes, para tratar de hacerse la principal fuerza política del fútbol español y ofreció escabrosas ruedas de prensa cuando una investigación periodística desveló que utilizaba dinero público para montar fiestas privadas, diciendo que no sabía si alguien trataba de tenderle una trampa y llegando incluso a decir que temía que le colocasen "bolsas de cocaína” en su maletero o que alguien decidiera tirarle por un acantilado por la noche para silenciarle.
La distopía de Rubiales y el desprecio que siempre ha tenido por el fútbol femenino ha encontrado eco en buena parte de la sociedad española. Su apoyo inequívoco al seleccionador Jorge Vilda le llevó incluso a no conceder medallas a las ganadoras de la Copa de la Reina del año pasado y a dar el visto bueno al veto de varias jugadoras de la selección después de su toma de posición pública. Esta decisión fue apoyada por una parte de la prensa que, a día de hoy, sigue defendiendo su modus operandi porque, en el fondo, tanto ellos como su público alvo poco o nada se diferencian del propio Rubiales en su día a día.
Y ese es el gran problema.
Mientras una parte importante del mundo reconocía el beso forzado a Jenni Hermoso como un claro signo de violencia sexual -y sólo en los países latinos la violación o la violencia sexual se asocia exclusivamente a la penetración vaginal o anal-, tanto Rubiales como sus seguidores, ya fueran responsables deportivos de las distintas asociaciones regionales, miembros de la prensa escrita o radiofónica con muchos años de servicio o directivos de clubes, siguen entendiendo el gesto como una broma, igual que lo era manosear las nalgas de una mujer en el metro, hacer comentarios sobre su escote o cuan larga era su falda en el trabajo o suponer que cualquier mujer de éxito sólo alcanzaba su posición gracias a favores sexuales, las “rodilleras” que el mismo Rubiales utilizó para referirse a una compañera en la AFE.
El mismo comportamiento que considera culpable a una mujer violada por insinuarse o vestirse impúdicamente, pero que se declara feminista porque tiene hijas y quiere lo mejor para ellas. Rubiales -que nunca se ha insinuado a un jugador masculino a la hora de entregar una medalla- besó a Jenni Hermoso como un hombre que se siente con derecho a usar una parte del cuerpo de una mujer y también como un jefe que siente que puede usar el cuerpo de su empleada. Su gesto se diferenció por haber sido grabado en directo pero la actitud no tiene nada que envidiar a los millones de besos forzados -o cosas peores- que las mujeres han experimentado en la intimidad durante siglos. Y como se trata precisamente de un comportamiento tan establecido en la sociedad, ni él mismo puede entender dónde está su error. Si todo el mundo lo hace...
Casualidad o no, España, que es un país racista y machista como pocos, tiene también uno de los movimientos de izquierda progresista más dinámicos de la Europa actual. Y en este sentido, el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, no perdió la oportunidad de ponerse del lado de la víctima, Hermoso. También lo hizo Irene Montero, ministra de Igualdad, acosada hasta la saciedad por conseguir la aprobación de la ley conocida como "Si es Si", que precisamente defiende la necesidad del consentimiento de una de las dos partes para cualquier tipo de relación sexual, desde la penetración a los simples tocamientos o besos, nada que no se practique en otros países desde hace décadas.
Hermoso se ha beneficiado de todo esto porque vive en un país donde este movimiento ya tiene suficiente peso social como para obligar a presidentes de clubes, a algunos periodistas de una generación que vive la vida con otros valores, a políticos y a figuras internacionales a posicionarse a su favor. Hace una década, probablemente este gesto era asumido por todos -víctima, verdugo, público- como algo inevitable, triste pero inevitable, en un mundo dominado con puño de hierro por la mitad masculina. Tanto es así que aún hoy es fácil sorprenderse de la falta de comunicados de los jugadores masculinos (los primeros, como Isco y Borja Iglesias, tardaron cinco días en dar la cara), los mismos que, en casos de violación o violencia doméstica como los sufridos por Benjamin Mendy o Mason Greenwood, son los primeros en reclamar la presunción de inocencia para sus colegas de profesión.
La situación ha tomado tales proporciones que ha obligado a intervenir a la FIFA, la misma que persigue habitualmente cualquier manifestación política o social en sus competiciones, como ha hecho habitualmente con la bandera arcoíris en los brazaletes o los arrodillamientos en el campo contra el racismo. No son precisamente los mejores ejemplos, y seguramente Rubiales, que se comporta como sus iguales, nunca pensaría que tendría en contra a quienes viven la vida como él.
Esta es, de entrada, una de las grandes decepciones de Jenni Hermoso, protagonista involuntaria de una saga que empieza a anunciar un mundo nuevo, donde el peso de la mujer y el respeto que se le debe a todos los niveles llega también al fútbol y a otros sectores de la sociedad. Pero también es un fiel reflejo de lo que hay detrás y de lo que perdurará durante mucho tiempo en diversos sectores de la sociedad.
Los periodistas que excusaron a Rubiales -y los que aún lo hacen- en la era de las redes sociales no quedarán impunes el resto de sus carreras, simplemente serán idolatrados por quienes viven, como ellos, en otros siglos. Los clubes a los que les gusta vender camisetas al público femenino o que intentan atraer a más mujeres al estadio o incluso subirse a la ola del fútbol femenino, y que han guardado silencio en medio de estas bromas, también serán señalados para el recuerdo en el futuro.
En los pasillos del poder siempre huele a podrido y Rubiales podrá mantenerse en su puesto durante años tocando las teclas adecuadas, presionando a quien haga falta y esperando a que pase la tormenta. Nada garantiza su dimisión y él mismo ya ha dejado claro que piensa morir matando. Pero en 2023, un presidente de una de las federaciones de fútbol más importantes del mundo, que ya se ha visto implicado en acusaciones de corrupción, podría perder su cargo por faltar al respeto a una futbolista. Y esa es la mayor y mejor noticia de todas. Los Rubiales de este mundo seguirán, en el fútbol y fuera de él, en federaciones, empresas, servicios públicos, escuelas y hogares. Pero la impunidad que siempre han sentido está desapareciendo, poco a poco. Incluso en un país permanentemente dividido en dos. Jenni Hermoso, la que no se calló, marcó aquí el gol más importante de su vida. Que nunca nadie la olvide.